La Biblioteca de las Almas Condenadas: El Despertar
Aquí tienes el primer capítulo completo de mi novela corta La Biblioteca de las Almas Condenadas. En él Itziar vuelve a la vida en mitad de un cementerio abandonado después de un sueño de ciento cincuenta años.
En esta novela se mezcla la volatilidad emocional de Itziar con su necesidad de sentirse querida y su terror a estar sola. Se muestran las primeras pinceladas de su relación con Emma, su hermana del alma, que es quién la acompaña y sostiene en sus vaivenes emocionales y trata de poner algo de orden en su caos existencial.
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Abrí los ojos y a mi alrededor todo era oscuridad. Podía sentir el peso del tiempo en cada fibra de mi ser, apenas podía moverme ya que mis extremidades se negaban a responder.
Mientras trataba de recuperar la serenidad y ubicarme para recordar donde me encontraba, volví a sentir su presencia acelerando los latidos de mi aletargado corazón. Era un perfume leve, familiar, apenas perceptible para los mortales, que se había colado en mi escondrijo despertando mi instinto una vez más.
Aspiré profundamente y pude sentir como ese aroma sutil daba vida a cada una de mis células, llenándome de energía. Mis brazos se extendieron ansiosos en la oscuridad y chocaron contra la capa de satén que forraba el interior del ataúd.
Iba a tener que salir a la fuerza de aquel agujero. Apoyé las manos y los pies en la tapa y empujé hasta que la madera se astilló. La tierra húmeda del cementerio comenzó a entrar en mi ataúd. Respirar era complicado, mi boca se llenó de inmundicia. Tenía que ser rápida. Mis brazos desnudos se extendieron de forma automática y empezaron a cavar hacia arriba, nerviosos, anhelando el reencuentro que llevaba soñando durante tantos años.
Al fin pude sentir una leve brisa acariciando las yemas de mis dedos. Verano. Olía a verano. Seguí avanzando hasta salir de aquella tumba improvisada y sacudí la cabeza de forma instintiva. Unos puñados de tierra maloliente se precipitaron de mi pelo al suelo... Temí lo peor mientras observaba aquel cúmulo de suciedad arrugando la nariz.
— Itziar, debes estar horrible.
Deslicé mis dedos por mi enredado cabello azabache y bufé desesperada ante la maraña embarrada que encontré. Me iba a costar un poco más de lo esperado retomar mi vida. No pensé en este tipo de consecuencias cuándo decidí tomarme estas pequeñas vacaciones.
Por cierto... ¿por qué decidí ausentarme y cuánto tiempo llevaba dormida? No recordaba nada. Teniendo en cuenta que acababa de despertar, era normal. Iba a necesitar tiempo para recuperar la memoria. No era la primera vez que decidía ausentarme del mundo, pero por el lamentable estado en el que me encontraba intuí que nunca había sido por tanto tiempo.
Miré alrededor y todo parecía igual, pero diferente. Estaba en un viejo y derruido cementerio abandonado en la parte antigua del pueblo, aquello no solía cambiar mucho con el paso del tiempo. Había menos vegetación y la que había estaba seca y se enroscaba en las ajadas estatuas de mármol, dándoles un aspecto aún más decadente.
Hojas anaranjadas cubrían el suelo de tierra compacta y hasta el musgo que servía de manto a las lápidas estaba amarillento y sin vida. El estado de abandono era innegable y el calor del verano no era de gran ayuda...
Pero era hora de irse, allí ya no hacía nada. Aquella tierra sagrada perteneciente a otra época no tenía las respuestas que buscaba. Éstas se encontraban en la Biblioteca, donde me esperaba Emma. Ella sabría qué hacer ahora que él había vuelto a la ciudad.
Cuándo llegué al callejón que ocultaba el pasadizo secreto donde se encontraba la puerta mágica hacia la Biblioteca de Emma, una suave sonrisa se dibujó en mis labios resecos. Fue entonces, mientras recordaba la cara de muñeca enmarcada por tirabuzones dorados de mi hermana del alma, cuándo sentí la sed. Me humedecí los labios tratando de obviarla pero fue imposible, necesitaba alimentarme antes de abrir el portal.
No fue complicado encontrar un alma con la que saciar mi apetito en aquel pueblo maldito, traté de no pensar demasiado en lo que me dolía arrebatar una vida y centrarme en que aquel miserable tenía cuentas pendientes con la justicia.
Cuándo me deshice del cuerpo volví al callejón, ahora sí estaba preparada para el tan esperado reencuentro. Cerré los ojos, apreté los puños y los elevé a la altura de mi pecho apoyados justo en el centro. Cuándo sentí vibrar mi energía, murmuré el mantra que diseñamos hacía milenios para desvelar el acceso a SkyLand.
Abrí los ojos y allí estaba Emma, sonriendo de oreja a oreja, mirándome feliz desde la entrada de aquel imponente edificio de mármol blanco que se elevaba majestuosamente sobre el Lago de Cristal
— ¡Mira quién volvió de entre los muertos! Llevo años esperándote, hermanita... ¡Estas historias no se cuentan solas!
— Emma, por favor, más despacio... Acabo de despertar.
— Ya, claro. Y apuesto que sé el motivo... él ha vuelto a la ciudad, ¿verdad?
El brillo familiar de sus ojos celestes me hizo suspirar. De nada servía negarlo. Tenía razón, él era el motivo por el que estaba allí, lista para continuar dónde lo dejé. Puse los ojos en blanco y me alejé de ella en dirección al ala Este de la Biblioteca. Cuándo crucé el amplio portal de piedra, quedé maravillada una vez más.
Y es que era imposible acostumbrarse a lo que tenía ante mis ojos. Miles de estantes dorados se elevaban solemnemente hasta el techo artesonado de la sala, con millones de libros de distintos colores, texturas y tonalidades, susurrando... Sí , susurrando... porque aquellos no eran libros corrientes. Albergaban las historias de otros condenados, como nosotras, que tenían deudas pendientes de saldar.
Nuestra labor allí era revisar cómo evolucionaba el karma de aquellas pobres almas. Según las decisiones que tomaban se equilibraba la balanza y su Guardián decidía si debían volver al Ciclo de Reencarnación y en qué condiciones, o si se habían alineado con su dharma y podían ascender.
No solo la vida escogida definía su destino. El por qué hacían lo que hacían era clave. Ahí teníamos que lidiar con la desesperación, la generosidad, el egoísmo, la necesidad de aprobación, el desinterés... Y cada uno de esos motivos, tenía una puntuación diferente. Podía haber ayudado a un desfavorecido pero... ¿por generosidad o por interés? ¿era un acto altruista o buscaba ser felicitado?
Cada nueva decisión que tomaban quedaba reflejada en su Libro de Vida que era revisado por su Guardián asignado antes de volver a encarnar. Algunas de ellas, como yo, venían de Esferas Superiores y estaban saldando deudas antiguas. A éstas había que prestarles especial atención para evitar que engañasen al sistema.
Una gran responsabilidad que Emma sola no podía llevar a cabo y yo había abandonado por demasiado tiempo. Mi ausencia no había pasado desapercibida, por supuesto. La prueba era que el creador de todo aquel engranaje perfecto para decidir si el alma ascendía o descendía, estaba de nuevo por el pueblo y, muy pronto, tendría el honor de volver a escuchar su melódica voz recriminándome por mi huída.
— Veo que aquí todo sigue igual... — dije, alejando esos pensamientos grises de mi mente mientras pasaba la yema del dedo índice por el estante más cercano — eso de limpiar como que no, ¿no?
Emma rio detrás mío con esa risita de cascabel que la caracterizaba y se acercó a mí dando saltitos. Sentí sus pequeños y delgados brazos desnudos rodear mi cuello efusivamente. Yo también la había echado de menos, aunque era menos expresiva que ella.
— ¡Yo también estoy feliz de verte, Itziar! Lo vamos a pasar genial juntas de nuevo.
— Por supuesto... no me cabe la menor duda...
Me deshice de su abrazo sonriendo. La última vez que seguí a mi hermana en una de sus locuras, murió gente, mucha. Esta vez no iba a caer en sus proposiciones. Lo cierto es que eran pocas... pero ella no había experimentado la mortalidad como yo y no era tan consciente de su fragilidad.
— Pero antes, por favor, estás llena de caca de rata y ese pelo... apestas, querida.
— Ya, bueno, es lo que tiene dormir en un cementerio, hermanita.
Emma me empujó hasta el baño sin mediar palabra. Cuándo vi mi reflejo en el inmenso espejo de marco dorado abrí la boca horrorizada. Era mucho peor de lo que imaginaba; mi cabeza entera era un nido de suciedad y despojos. La tierra que entró dentro de mi ataúd al romper la tapa había terminado de arreglar aquel desastre.
— Si me disculpas... — Balbuceé con un hilo de voz mientras cerraba la puerta angustiada — ¡Necesito intimidad para poner esto en orden!
Emma asintió divertida al ver mi cara de asco. Escuché sus pasos alejándose de vuelta a la Biblioteca mientras me desnudaba. Dejé los jirones de ropa embarrada en el cesto de ropa sucia y me preparé para darme un buen baño antes de ponerme al día y descubrir que había dormido ciento cincuenta años.
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